La importancia de la mirada materna en cada etapa del desarrollo
La importancia de la mirada materna en cada etapa del desarrollo
Ser madre implica mucho más que cuidar. Es estar presente, comprender, sostener… y mirar. Porque la mirada —esa que reconoce, acompaña y ama— es clave en el desarrollo emocional de los hijos e hijas desde que nacen hasta la adolescencia… y más allá.
A lo largo de las distintas etapas evolutivas, las necesidades emocionales cambian, pero hay algo que permanece: el deseo de ser visto, reconocido y aceptado por la madre, tal como uno es.
Bebés: “Mírame”
En la primera etapa de la vida, el bebé necesita que lo alimenten, lo mimen, lo sostengan… pero también que lo miren. A través de esa mirada comienza a construirse el vínculo y la seguridad afectiva. La madre que mira, con ternura y atención, está diciendo: “Estás aquí, te veo, eres importante”.
Primera infancia: “Cuídame… y mírame”
En esta fase, la criatura necesita protección, cuidados físicos y afectivos. Pero, sobre todo, necesita que su madre lo observe, lo escuche, lo mire con atención para sentir que su mundo interior importa. Esa mirada valida sus emociones y le ayuda a organizar su mundo interno.
Segunda infancia: “Guíame y mírame”
Aquí es clave la seguridad y la orientación. La madre se convierte en modelo, pero también en faro. Mirar en esta etapa es transmitir confianza, interés por sus avances, pero también por sus miedos. Es una mirada que acompaña sin invadir.
Preadolescencia: “Compréndeme… y mírame”
Comienzan los cambios, las contradicciones, las búsquedas. Y el hijo o hija necesita más que nunca sentirse comprendido. Que su madre lo mire, incluso cuando no sabe muy bien cómo expresarse. Esa mirada sigue siendo el ancla que le dice: “Te veo, estoy contigo”.
Adolescencia: “Escúchame, valórame… y mírame como soy”
Llega la etapa en la que se reafirma la identidad. Los adolescentes necesitan que su madre los escuche, los valore y los siga mirando con amor, no por lo que hacen o dejan de hacer, sino por quienes son. La mirada que no juzga, que confía, que ama incondicionalmente, es la que fortalece su autoestima.
Edad adulta: “Acompáñame… y no dejes de mirarme”
Aunque la etapa de crianza activa quede atrás, el vínculo no desaparece. Los hijos adultos también desean ser vistos y valorados por sus madres. Necesitan sentir que su camino, sus decisiones, sus logros (y también sus tropiezos) siguen importando. Una mirada que apoya, que reconoce sin dirigir, que sigue presente sin imponer, es un regalo emocional que no caduca con la edad.
Mirar es amar
Una madre que mira con atención, sin prisa, con curiosidad genuina, transmite amor, validación y presencia. Y esa es una de las huellas más profundas que puede dejar en el corazón de sus hijos.






